Allí estaba ella, mirando sus fotos y aquella rosa que un día le regaló. Tenía la habitación empapelada de él y sin embargo sentía su ausencia por todos los rincones. Fuera lloraba, y sin embargo, no era capaz de llorar ni una sola lágrima. Desde aquel día en el que se fue lo único que había hecho es sentarse a esperar. No sabía muy bien qué sólo esperaba, quizá una respuesta, quizá que volviera... O quizá simplemente es que no tenía ganas de hacer nada más. Y dedicó las horas a pensar y a recordar, desde el momento en el que le conoció no había estado triste nunca, se le había olvidado lo que era esa sensación, y por eso le costaba tanto romper a llorar.
Sólo quedaba una rosa. Parecía el final de un cuento de hadas. La última rosa del ramo, la superviviente. Y allí seguiría hasta que decidiese morir. No pensaba tirarla, no quería olvidarse de una de las mejores temporadas de su vida. La nostalgia y la melancolía la embargaban cada vez que miraba todo aquello, pero sabía que una vez lo superase, sonreiría cada vez que le viese en una foto o en un recuerdo.
Y así siguió mientras fuera aún llovía y él la observaba a través de la ventana desde la acera, empapándose de ella.
Sólo quedaba una rosa. Parecía el final de un cuento de hadas. La última rosa del ramo, la superviviente. Y allí seguiría hasta que decidiese morir. No pensaba tirarla, no quería olvidarse de una de las mejores temporadas de su vida. La nostalgia y la melancolía la embargaban cada vez que miraba todo aquello, pero sabía que una vez lo superase, sonreiría cada vez que le viese en una foto o en un recuerdo.
Y así siguió mientras fuera aún llovía y él la observaba a través de la ventana desde la acera, empapándose de ella.

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