jueves, 28 de diciembre de 2006

Understanding

Tenía los pies dolidos de caminar por el desierto y no podía permitirse el lujo de gastar el poco agua que tenían en curárselos. Pero no se quejaba. No daba ni el más mínimo signo de debilidad. Seguía andando intentando pasar desapercibida, sonriendo a los jóvenes que encontraban en ella su única distracción y ayudando a los ancianos que a duras penas aguantaban los interminables días bajo el sol. Día tras día cubría su morena piel con harapos viejos y roídos para no quemarse como les había ocurrido a otros ya. No es que evitase hablar, simplemente no quería discutir, y la gente cada día estaba más harta y de peor humor. Por eso evitaba de vez en cuando al grupo y se alejaba un tanto, lo suficiente para que el ruido de todo aquel pueblo se convirtiese en un murmullo, pero no tan lejos como para perderlos de vista ni por un segundo. Y siempre intentaba ir a la cabeza del grupo. De esta forma había conseguido verle de cerca varias veces. A él, el hombre que guiaba a su pueblo, le debían mucho, a pesar de que por su culpa ahora no tenían nada. Confiaba en él, tenía la verdad en su mirada. Pero nunca había conseguido acercarse lo suficiente como para entablar conversación... Tenía tantas cosas que preguntarle... Nadie sabía a dónde se dirigían, nadie sabía por qué lo hacían. Pero todos conocían a alguien que le había visto obrar sus milagros, a pesar de que muy pocos afirmaban haberle visto hacerlos en persona. Todo esto quería preguntarle, y todo esto era lo que nunca entendería.

Siguieron vagando durante mucho tiempo por el desierto. Perdieron la noción de los días y las horas. Aprovechaban el amanecer y el atardecer para andar lo más posible ya que a mediodía hacía demasiado calor, y por la noche demasiado frío. Andaban hasta que sus cuerpos no podían más, para acostarse y levantarse al día siguiente para seguir caminando. Observando el mismo paisaje día tras día. Al principio no era así. Al principio todo fue una gran fiesta, por fin su pueblo obtendría lo que se merecía (aunque ni siquiera sabían qué era exactamente), la gente bailaba y cantaba mientras los niños corrían y jugaban. Ahora la comida empezaba a escasear y si no llegaban pronto a su destino, serían muchos los que morirían en medio del desierto.

Se despertaron un día con el olor de una nueva brisa. Un olor a vida y esperanza. Un olor a mar que elevó sus ánimos y les dió las fuerzas suficientes como para salir corriendo según se convencían de que no era una ilusión. Ella se encontraba apartada del grupo en ese momento, pero desde la lejanía pudo ver como todos empezaban a correr. Contagiada por el entusiasmo comenzó a correr hacia una escarpada roca que se encontraba enfrente suya. Oía los gritos de júbilo y la prisa la hizo tropezarse un par de veces antes de llegar a la cima. Pero una vez llegó, lo vio, un basto mar se abría ante sus ojos. Pero, sin embargo, no se alegró tanto al reconocer que aunque había mar, realmente el paisaje no era muy distinto del que se habían encontrado hasta ahora.

Se acercó hacia el grupo para ver si alguien más se había dado cuenta de ello. Pero todos celebraban la situación con sus familias. Ella la había perdido hace tiempo. Había pasado casi toda su vida sola y estaba acostumbrada a este tipo de situaciones. Deambuló entre la gente como si buscase a alguien para que los demás no sintiesen pena de ella, no quería ni necesitaba su compasión. De repente notó que alguien la miraba. Era él, durante un instante vio como sus ojos se posaban en los suyos en lo que sería el único cruce de miradas que tuvieron en su vida. A pesar de haber estado tan cerca tantas veces. Pero duró poco pues miró después hacia el cielo y se dirigió hacia el mar. Todos callaron mientras se agolpaban por intentar ver que ocurriría.

Se fue introduciendo por la orilla hasta que el agua le quedo por la rodilla, entonces alzó su cayado hacia el cielo y con un golpe brusco lo clavó en el agua.

Lo que ocurrió después le pareció indescriptible. Las aguas comenzaron a abrirse dejando un enorme pasillo entre medias para cruzar las interminables aguas. Y así hicieron, con nuevas esperanzas e ilusiones, comenzaron a andar de la misma forma que lo habían hecho por el desierto, sólo que esta vez iban encontrando peces por el camino.

Desafortunadamente, no todas las historias son felices, y la suya acabó mal, casi cuando llegaban a la otra orilla, las aguas comenzaron a cerrarse. Podía haber salido corriendo, pero decidió ayudar a un par de ancianos que de otra forma no lo conseguirían jamás. Y no lo consiguieron, ni ellos, ni ella. Allí se quedaron mientras buscaban una recompensa que nunca obtendrían.