miércoles, 29 de noviembre de 2006

All the things she said

La ciudad parecía gris bajo las sombras de las nubes que no paraban de verter sus entrañas sobre la gente que a duras penas se podía refugiar bajo sus paraguas, los cuales no les permitieron ver cómo saltaba desde la azotea.

Una habitación vacía, o esa era la sensación que les daba al verse discutiendo otra vez. Él miraba por la ventana, sin llegar a ver nada en realidad, mientras que ella simplemente se escondía entre sus brazos, sentada en el suelo y aguantando la respiración para no llorar. Otra discusión, otra más y cogería todo lo que él se llevó y se largaría de allí. O eso al menos era lo que se llevaba diciendo a si misma durante meses. Sabía que le quería, y sabía que era recíproco, pero a pesar de todo eran incompatibles.

Y ahí estaban ellos. Él tan atractivo como de costumbre, con su corbata mal ajustada y su uniforme con la camisa por fuera. Ella con su pelo alborotado, más apagado de lo normal, y su minifalda, demasiado corta para no resultar provocativa. No decían nada, pues sabían que el que primero hablase comenzaría de nuevo otra guerra.

Y fueron los gritos y un portazo los que acabaron con ella mientras en la ciudad seguía lloviendo sin fin. Fue ella la que se fue, y corrió escaleras abajo, sin tropezarse, pues la tensión no le permitía equivocarse. Salió del portal y bajo la lluvia se permitió llorar.

Él tardó unos segundos en volver a abrir la puerta, pero evidentemente, ella ya no estaba al otro lado. Sin pensarlo si quiera empezó a correr escaleras arriba, hacia la azotea. Simplemente quería estar solo. Sólo quería desaparecer.

Buscaba entre la gente. Necesitaba encontrar a su madre para decirle que todo había acabado, que su niña volvía a casa. Y cuando la vio se encontró con una mirada severa, un gesto duro en el rostro que fue todo lo que necesitó para entender que no era la ciudad la única que estaba gris. Sintió su mano en su mejilla. Quizás no la dio muy fuerte, pero se dejó caer sobre un charco en el suelo.

La ciudad parecía gris bajo las sombras de las nubes que no paraban de verter sus entrañas sobre la gente que a duras penas se podía refugiar bajo sus paraguas, los cuales no les permitieron ver cómo saltaba desde la azotea. Pero aún así, ella sintió como se golpeaba contra el suelo mientras seguía tirada en la acera.

domingo, 26 de noviembre de 2006

No me quieras demasiado

A veces decides ser malo durante un rato y preocuparte un poquito más por ti mismo. Dejas de pensar tanto en si lo que haces molestará o hará daño a alguien y pasas a pensar en lo que realmente quieres hacer. Te dejas llevar por un egoísmo innato que consigue que disfrutes los segundos, que te rías de lo absurdo y que ayudes a la persona que tienes al lado a que también lo haga. Porque no sólo los hombros son importantes. ¿Y si no necesito llorar? ¿Y si lo que quiero es pasarlo bien por un momento? ¿Quién se ofrecerá a sacarme una sonrisa cuando las lágrimas se me escapen?
Y ahora no puedo hacerte eso a ti. No sé de ti lo suficiente como para poder ayudarte si estás mal. Y menos aún si yo fuese la causa de ese mal. "Estamos conociéndonos." Pero las espectativas a veces son sólo sueños, y se quedan en eso. Porque me gusta estar contigo, pero no me atrevo a nada más. No me puedo atar, no ahora que me estoy abriendo un poco más al mundo. No, porque no sólo te estoy conociendo a ti, sino a mucha más gente, y ya han sido muchas las puertas que me he encontrado cerradas como para que encima me las cierre yo mismo.
Sólo me gustaría pedirte un favor: No me quieras demasiado. Podría ser fatal el resultado. Porque no sería justo y alguno acabaría sufriendo. Incluso los dos podríamos terminar sufriendo por culpa de no dejar las cosas claras. Por culpa de soñar sin tener licencia para ello. Abrázame, acaríciame, bésame y susúrrame al oído, pero por favor, no me quieras demasiado.